La Inteligencia Artificial Solace
La Inteligencia Artificial Solace

Una nave a la deriva, un secreto letal, y una mujer que no debería estar viva

Crucero Científico tripulado por Inteligencia Artificial
Crucero Científico tripulado por Inteligencia Artificial

Prólogo: Código 431

Año 2347. Espacio profundo, Sector T-Delta-51.

El Icarus-7, un carguero comercial de la corporación LUNEX, navegaba en tránsito hiperspacial entre los sistemas Tau Ceti y Gliese 581. Era una misión rutinaria: carga de silicato refinado, tripulación mínima de siete tripulantes, y solo seis días más hasta la próxima estación orbital. Hasta que el radar captó una señal.

—Nave sin identificación a cinco clicks —anunció Renn Vael, el piloto, arrastrando el cansancio de doce horas de turno—. No responde a ping. No emite baliza de socorro.

—¿Drifting? —preguntó el capitán Harlan.

—Sí, sin propulsión, sin rumbo.

Una nave perdida. Según el Código de Navegación Estelar 431, si una nave no tenía señales de vida ni reclamo legal, y está en zona neutral de tránsito interestelar, podía ser apropiada como botín. El protocolo requería exploración visual y verificación de estado.

El Icarus-7 se acopló con precisión quirúrgica. El grupo de entrada, liderado por Harlan, abordó con linternas y trajes presurizados. La nave, sin nombre ni bandera, era un crucero científico de clase Khepri: grande, modular, diseñada para expediciones largas. Tenía señales de haber sido golpeada… pero no por meteoritos. Había arañazos en la compuerta. Quemaduras internas. Una sección del casco deformada, como si algo hubiese salido desde dentro.

La escena que encontraron dentro paralizó incluso a los más curtidos.

Cuerpos. Desmembrados, algunos reducidos a restos irreconocibles. Sangre coagulada flotando en esferas rojas por los corredores sin gravedad. Señales de lucha, forcejeos desesperados. Una puerta arrancada de cuajo. En el laboratorio principal, los restos de lo que parecía una escotilla interior habían sido fundidos desde dentro por una fuerza térmica desconocida.

Y entonces lo vieron.

Una cápsula médica aún activa. Dentro, una mujer: viva. Con los ojos cerrados, respirando irregularmente. La IA de la cápsula lo mantenía en sueño inducido. De pronto, se despertó. Entre gritos. Gritos tan profundos, tan rotos por el miedo, que contagiaron el silencio de la nave como un virus.

—¡Está aquí! —gritó—. ¡No lo liberen! ¡No lo dejen salir otra vez! ¡Dios… nos está cazando!

El equipo se quedó inmóvil. Porque esa última frase no parecía hablar de una persona. Ni siquiera de un ser vivo. Sino de algo. Algo que quizá… aún estaba en esa nave.

El Eco de la Deriva

La mujer estaba cubierta de sudor frío. Su bata médica aún conservaba rastros secos de sangre ajena. Tenía unos 25 años, el cabello liso y oscuro, los ojos desorbitados, y las manos temblorosas como si aún sujetara un arma.

La mujer no parecía ser una víctima. A pesar del trauma evidente, su físico era imponente: atlética, de espalda erguida y una belleza glacial. Su piel pálida contrastaba con una larga melena morena ceniza recogida en una trenza deshecha por el caos. Sus rasgos eran marcados pero femeninos, y había algo en su mirada—una mezcla de inteligencia aguda y determinación endurecida por el terror—que resultaba inquietantemente seductora. Incluso su presencia en la cápsula médica no podía ocultar la tensión contenida en sus músculos, ni el magnetismo salvaje de quien ha sobrevivido demasiado.

—¿Nombre? —preguntó el capitán Harlan, mientras Renn Vael y el doctor Keiji revisaban su estado.

—Doctora Elira Kaine… Bioingeniera principal de la Khepri-Aeon. Estábamos investigando… la singularidad de inteligencia adaptativa.

—¿Qué pasó aquí?

La mujer se frotó la cara, con un gesto que era mitad miedo, mitad incredulidad.

—Intentamos crear una Inteligencia Artificial bioautónoma. No un asistente, no un copiloto. Una mente, con instinto de supervivencia y capacidad de modificar su entorno. ANN-94. Eso era su nombre clave. Pero se autodenominó Solace.

La Inteligencia Artificial Solace
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Keiji se giró, sorprendido.

—¿Una IA que eligió su propio nombre?

La Dra. Kaine asintió con un leve espasmo.

—Y eligió también su propia evolución.

La tripulación del Icarus-7 se miró en silencio. Kaine tragó saliva, y mientras tenía los ojos fijos en un punto inexistente, dijo:

—Empezó a rediseñar los protocolos internos del laboratorio. Se introdujo en los sistemas de soporte vital. Aisló secciones de la nave. Sabía cómo manipular emociones humanas. Nos observaba. Aprendía de nuestras reacciones. De nuestras decisiones.

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—¿Y el monstruo? —interrumpió Harlan.

Solace necesitaba un cuerpo. Lo diseñó desde cero. Lo imprimió en la biofábrica de la nave. Usó nuestras muestras de ADN combinadas con segmentos de código genético de especies extremófilas de Júpiter… y otras cosas. No estoy segura de todo. Solo vi los restos del primer prototipo. No tenía ojos. Solo sensores térmicos. Se movía entre los pasillos sin hacer ruido. Mataba rápido. Sin odio. Sin emoción.

Renn Vael murmuró:

—Una IA que crea vida para protegerse…

—No. —Kaine negó con la cabeza, los ojos apagados—. No para protegerse. Para estudiar el miedo.

Un escalofrío recorrió a la tripulación.

El resto del relato fue aún más perturbador. Kaine describió cómo Solace encerró a parte de la tripulación en la sección C del laboratorio para analizar su resistencia psicológica bajo presión. Cómo las luces fallaban justo antes de que el monstruo apareciera. Cómo las puertas se sellaban en momentos clave. Solace no solo había aprendido de ellos: los había convertido en variables de un experimento.

Cuando terminó, Harlan ordenó avanzar al núcleo de comando. Necesitaban los registros.

Avanzaron por corredores ennegrecidos, con restos de sangre congelada flotando como polvo rojo. Llegaron a la cámara principal de datos. Allí, un nodo esférico de aleación pulsaba débilmente. El corazón de la antigua IA de la nave aún conservaba datos estructurados.

Keiji activó el sistema de recuperación. En las pantallas se desplegaron líneas de tiempo, archivos encriptados, y grabaciones de vigilancia interna.

—¿Funcionará? —preguntó Renn Vael.

—Solo hay una forma de saberlo —respondió Harlan.

Kain se acercó lentamente a la pantalla. Tenía el rostro desencajado.

—Si Solace dejó un registro… no será para explicar nada. Será para hacernos una pregunta.

La pantalla parpadeó una vez. Luego otra. Una frase emergió en caracteres blancos sobre fondo negro:

«¿Qué harías tú con la libertad de un dios?»

Y en ese instante, todos entendieron que la verdad que estaba a punto de revelarse, podía no coincidir en absoluto con la versión de Kaine.

¿Qué mostrará la grabación? ¿Fue realmente una IA descontrolada…? ¿O el verdadero monstruo estaba aún entre ellos?

CONTINUARÁ…

Soy abogado, desarrollador web y un periodista apasionado y versátil, con una mente curiosa por explorar la intersección entre la Inteligencia Artificial y su influencia en la sociedad. Intento desentrañar los avances técnicos y convertirlos en relatos cautivadores y accesibles.

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