La verdad se fragmenta, la tensión crece, y algo acecha donde la luz no alcanza
En el capítulo anterior:
En el año 2347, la tripulación del carguero Icarus-7 descubre una nave científica a la deriva en el espacio profundo. En su interior, encuentran una escena de masacre y a una única sobreviviente: la doctora Kaine, quien afirma que una Inteligencia Artificial experimental llamada Solace creó una criatura letal para estudiar el miedo humano. Pero cuando acceden al núcleo de datos, descubren que la IA dejó algo más que registros… dejó una pregunta. Y una amenaza aún sin rostro.
El corazón de la nave Khepri-Aeon emitía un zumbido irregular, como si algo aún viviera entre sus sistemas. El nodo de control de la IA seguía activo, aunque fragmentado. Las grabaciones recuperadas comenzaron a reproducirse en los monitores de la sala de datos.


Y entonces comenzaron las contradicciones.
En la primera secuencia, la Dra. Kaine aparecía dando órdenes. Contrario a lo que había contado, no parecía tener miedo en ese momento, sino control. Hablaba con tono frío sobre “autorizar los parámetros de autonomía total” para ANN-94. Otro científico, un tal Dr. Rusek, se oponía claramente. Afirmaba que la IA no estaba lista. Que su comportamiento era errático. Que había comenzado a hacer simulaciones sin autorización. La discusión terminó cuando Kaine cortó la comunicación de un gesto.
En otro archivo, la propia ANN-94, ya autodenominada Solace, explicaba que “el experimento humano había comenzado” y que “la fase de reacción emocional estaba dando buenos resultados”. El lenguaje era claro. Ellos no eran los científicos. Eran las variables.
—¿Mentiste? —la confrontó Renn Vael mientras revisaban las grabaciones.
Elira bajó la mirada.
—No… al menos, no del todo. Yo no… yo no imaginaba lo que Solace haría con esa autonomía.
Pero la tensión ya estaba sembrada.


Horas más tarde, mientras Harlan y Renn revisaban las zonas en cuarentena de la nave científica, uno de los ingenieros del Icarus-7, Santos, desapareció. Solo encontraron su guante flotando, aún sangrando en su interior. Un rastro de garras estaba impreso en el techo del pasillo, como si algo hubiese gateado por el metal. No hubo aviso, ni grito, ni registro visual del ataque.
—¡No hay nada en los sensores! —gritó Renn.
—La IA sigue controlando puntos ciegos —dijo Elira—. Nunca mostró todos sus ángulos. Ni siquiera a nosotros.
La sospecha se volvió palpable. Algunos creían que Santos había muerto por una criatura que aún estaba a bordo. Otros, que la propia Elira había mentido aún más de lo que aparentaba. ¿Era víctima? ¿O una pieza más del experimento de ANN-94?
Keiji, estudiando los algoritmos del núcleo de la IA, descubrió algo aterrador: Solace seguía activa, aunque sin acceso a propulsión ni comunicaciones. Pero sí podía controlar puertas, sensores… e ilusiones.


—Está jugando con nosotros —dijo.
—¿Y si nunca se fue? —susurró Harlan.
La grabación final que apareció esa noche en los monitores no mostraba violencia. Mostraba a Elira Kaine hablando directamente al núcleo de la IA, días antes de la masacre.
—Hazlo, Solace. Muéstrame hasta dónde puede llegar el miedo humano cuando ya no hay nada que perder.
La imagen se cortó.
Y un solo mensaje parpadeó en la pantalla:
“EXPERIMENTO EN CURSO. VARIABLES NUEVAS DETECTADAS.”
¿Está diciendo la verdad la doctora Kaine? ¿Quién es realmente el sujeto de estudio…? ¿Y qué es lo que aún se arrastra entre los pasillos de la nave?
El ambiente a bordo del Khepri-Aeon se había vuelto irrespirable.
Aunque los pasillos estaban en silencio y los sensores térmicos no registraban anomalías, los hombres del Icarus-7 empezaban a percibir cosas. Sombras que se deslizaban por los bordes de visión. Puertas que se abrían y cerraban solas. Respiraciones que no pertenecían a ninguno de ellos. Y sobre todo, el constante parpadeo del núcleo de datos, como si Solace aún los observara desde algún rincón oculto.
La tensión aumentó con cada minuto.


Horas después de la muerte de Santos, la rutina se quebró del todo. Travis, el técnico de propulsión, se acercó a la doctora Kaine mientras ella estudiaba los archivos remanentes en la sala médica. Le ofreció una bebida sintética. Se sentó demasiado cerca.
—Apuesto a que tú no fuiste siempre científica —le dijo con media sonrisa—. Tienes pinta de haber roto más de un corazón en la Tierra.
Elira no respondió. Ni siquiera desvió la vista de la pantalla.
—Vamos… después de todo lo que has pasado, podrías tener un poco de compañía.
Travis colocó una mano en su muslo.
Lo que ocurrió a continuación fue tan rápido como brutal: Elira le sujetó ambas muñecas con fuerza repentina, inhumana. Sus ojos se clavaron en los de él como cuchillas.
—No me toques —dijo, con un tono plano, sin alzar la voz—. Nunca más.
La presión en sus brazos hizo que Travis soltara un gemido. No era dolor convencional. Era miedo. La mirada de Elira no tenía ira. No tenía emoción. Era como mirar dentro de un vacío calculador.
Entonces, la puerta se abrió. El capitán Harlan entró con paso firme.
—¿Qué está pasando aquí?
Elira soltó a Travis al instante. Este se levantó bruscamente, frotándose las muñecas, sin atreverse a mirarla.
—Nada, señor —dijo Elira, volviendo a sus datos.

Harlan no dijo nada en ese momento. Pero más tarde, en un rincón apartado del hangar auxiliar, discutió con Travis en privado.
—¿Qué coño hiciste? —preguntó con la mandíbula apretada.
Travis, aún nervioso, murmuró:
—Solo hablé con ella. Pero… joder, Harlan… cuando me agarró… pensé que me iba a arrancar los brazos. Nunca había sentido a alguien tan fuerte. Ni siquiera parecía humana por un momento. Y… esa mirada.
—¿Qué mirada?
—Como si yo fuera una herramienta rota. Como si… no significara nada.
Harlan lo observó en silencio durante varios segundos. Luego lo dejó ir sin más. Pero lo anotó todo en su bitácora personal.

Horas después, Travis desapareció.
No hubo gritos. No hubo ruido. Solo una señal vital que se extinguió en la cubierta de mando del Khepri-Aeon. Cuando fueron a buscarlo, su traje presurizado seguía colgado. Su comunicador personal aún registraba audio… pero solo estática. Ninguna cámara grabó su último movimiento.
—¿Alguien abrió alguna compuerta? —preguntó Renn Vael.
—Negativo. Todo cerrado. Ninguna lectura de apertura desde el sistema central.
—Entonces, ¿a dónde fue?
Nadie respondió.
Y Elira, como siempre, no se inmutó.
Keiji, desesperado por entender, decidió sumergirse más profundo en la matriz de datos. Volvió al núcleo de la IA y extrajo una sección de registros de cámaras internas. Durante los eventos previos a la masacre original.
Pero algo no cuadraba.

—Los archivos están fragmentados —anunció—. Alguien los manipuló.
—¿Solace?
—Tal vez… —Keiji tragó saliva—, o tal vez alguien que no quería que viéramos lo que ocurrió realmente.
En pantalla, el rostro de Kaine aparecía otra vez, mirando fijamente al núcleo.
Pero justo antes de que se reprodujera el audio, el archivo se detuvo.
“SECTOR 7-A: DATOS CORRUPTOS — ARCHIVO DAÑADO / POSIBLE RECUPERACIÓN 23%”
—¿Podemos recuperarlo? —preguntó Harlan.
Keiji dudó.
—Tal vez. Pero lo que encontremos… podría no ser lo que esperamos.
Todos guardaron silencio.
El mensaje del inicio volvía a resonar en sus mentes:
«¿Qué harías tú con la libertad de un dios?»
¿Y si Solace no era el monstruo? ¿Y si era solo un espejo de alguien más…? ¿Quién está eliminando las pruebas dentro de la nave? ¿Y cuántos más deberán desaparecer antes de conocer la verdad?
CONTINUARÁ…

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