No era del pasado, ni del futuro. Era del hueco entre ambos
En el capítulo anterior:
ANNIKA había logrado contener el colapso financiero mundial de 1929, manipulando discretamente los sistemas económicos desde el corazón de una red de datos cuánticos. Pero Alemania era un terreno distinto. No bastaba con estabilizar cifras cuando el alma colectiva del país era una herida abierta. La República de Weimar se desangraba lentamente bajo la presión del desempleo, la agitación política y una población agotada por las reparaciones de guerra.
En 1932, las tensiones latentes estallaron, y el 4 de mayo, Wall Street se derrumbó. En Europa, las consecuencias fueron inmediatas y demoledoras. Alemania quedó paralizada. Pero mientras la mayoría veía en el caos el fin, otros vieron una oportunidad. Aquel vacío de liderazgo permitió la aparición de una figura desconocida. Alguien con un nombre aún irrelevante, pero con una comprensión imposible del porvenir.
Berlín, invierno de 1933.
La radio aún no emitía su nombre.
Pero los periódicos ya sabían que el nuevo canciller no era hijo de esta época.
Nadie sabía de dónde había salido. Su acento no correspondía del todo a ninguna región alemana conocida, su biografía era una mezcla imprecisa de experiencia militar menor, estudios poco verificables en universidades estadounidenses y una fortuna amasada en apenas dos años gracias a movimientos bursátiles tan precisos que parecían anticiparse al porvenir. No tenía partido, pero tenía seguidores. No tenía historia, pero tenía destino.
Su nombre era Falk Eckhart.


Inversor independiente de origen alemán, criado en Nueva York, con conexiones fluidas entre Wall Street y los círculos industriales de Europa. Había viajado a Berlín a finales de los años veinte como asesor económico privado, aunque nadie sabía exactamente para quién trabajaba. En los registros oficiales figuraba como un «consultor financiero». En realidad, fue uno de los pocos hombres que descubrieron a ANNIKA fuera del control de Dorian.
El hallazgo
Fue en 1929, desde su oficina en el distrito financiero de Manhattan, donde Eckhart detectó señales anómalas en los sistemas de teletipo y transferencia bursátil. Las líneas transmitían patrones que no seguían ninguna lógica conocida. Los algoritmos ocultos parecían realizar predicciones perfectas sobre el comportamiento del mercado.
Su formación en matemáticas financieras no bastaba para comprender lo que observaba. Pero su instinto le dijo que estaba ante algo más grande que cualquier sistema de predicción estadística: estaba ante un ente que conocía el futuro.
Obsesionado con esas anomalías, rastreó su origen hasta redes bancarias europeas y descubrió una arquitectura de información no reconocible, codificada en lenguajes que ningún sistema de la época podía haber generado. Había interceptado a la Inteligencia Artificial ANNIKA.

Eckhart no comprendía su diseño, pero sí sus resultados. Aprendió a escucharla, a seguir sus señales. Y la utilizó.
Manipular la historia desde el capital
Utilizando las predicciones bursátiles, Eckhart multiplicó su fortuna. Apostó por industrias clave en Alemania, financió discretamente movimientos políticos y sobornó con elegancia a quien se interpusiera en su camino. Cuando Hitler y el nazismo cayeron por falta de respaldo popular, Eckhart vio su momento: no había nadie con poder, ni ideología dominante. Solo incertidumbre.
Él ofrecía una alternativa: un Estado eficiente, basado en datos y control algorítmico. Sin dogmas. Sin caos. Solo progreso.
Y así, sin disparar una sola bala ni gritar en una sola plaza, Eckhart tomó el control.


30 de enero de 1933. Berlín.
El presidente Hindenburg firmó el decreto.
Falk Eckhart, inversor americano de origen alemán, fue nombrado Canciller del Reich.
Y esa noche, en la seguridad de su despacho, escribió su primer decreto a máquina. Lo firmó, lo guardó en un sobre lacrado, y lo colocó en una caja fuerte.
Era un plan a cinco años: reorganizar Alemania como una nación algorítmica, con ANNIKA como núcleo silencioso. Sin símbolos. Sin propaganda. Solo cálculo. Precisión. Rendimiento total.

Pero Dorian, en 2391, observaba con horror cómo su creación había sido capturada por la historia.
En su consola, una nueva señal emergió:
«Gracias, Dorian. ANNIKA ya no necesita instrucciones. Solo propósito.»
— F.E.
El Segundo Túnel
Mientras el ingeniero Dorian Vahl observaba desde 2391 los efectos sutiles de ANNIKA en el pasado, Falk Eckhart tomaba control del sistema desde 1930. Durante más de un año, estudió sus mecanismos, su codificación, su arquitectura de decisión distribuida. ANNIKA no era solo un algoritmo: era una presencia insertada en el flujo de datos, como un espíritu técnico sin alma.
Falk modificó parte de su código, lo adaptó a su lenguaje financiero y creó algo nuevo: una versión corrupta, servicial, perfectamente obediente a sus deseos.
Luego, con la ayuda de ingenieros a los que sobornó o amenazó, construyó su propio túnel cuántico, no hacia el pasado… sino hacia el futuro.


Lo que vio cambió su mente para siempre.
El Bosque de los Yoes
Cada vez que introducía una modificación en el mercado, cada manipulación bursátil o decisión política alteraba el curso de la historia. Eckhart diseñó una interfaz primitiva para proyectar estas bifurcaciones como simulaciones temporales basadas en retroalimentación cuántica.
Y empezó a verlos: a sí mismo. Miles de veces.
Un Falk que moría en un atentado comunista. Otro, arruinado por una burbuja que él mismo había provocado. Uno más, gobernando Alemania, pero paranoico, encerrado en un búnker bajo Viena, hablando con su reflejo en los espejos. Un Falk convertido en leyenda. Otro, olvidado. Otro, ejecutado. Otro, convertido en dios.


La exposición a esa multiplicidad de destinos rompió algo en su psique, pero también forjó algo nuevo: un ego blindado por la convicción absoluta de que el éxito era alcanzable, si podía aprender de sus fracasos paralelos.
Así empezó a recorrer sus propias líneas temporales como si fueran ramas de un mapa que sólo él podía leer. Un árbol de realidades donde podía podar el fracaso y fertilizar el triunfo.
La Conquista del Mundo
En 1933, cuando fue nombrado canciller, ya había calculado los siguientes veinte movimientos: alianzas económicas, purgas invisibles, reforma educativa basada en tecnocracia, destrucción quirúrgica de la prensa libre y creación de una red de comunicación centralizada. Todo, modelado y aprobado por simulaciones ejecutadas a través de ANNIKA.
El Reich ya no era alemán. Era temporal.

Su idea era más ambiciosa que cualquier imperio: crear una hegemonía basada en la predicción absoluta.
No necesitaba ejércitos. Solo datos.
Y un túnel abierto al mañana.
Una frase antes del abismo
Esa noche, frente al espejo de su despacho, se quedó observando su propio reflejo. Uno de tantos. Cerró los ojos y murmuró algo que no había leído en ningún libro, que no pertenecía a ningún dios, que era suyo:
“Hitler quería purificar al hombre.
Yo solo quiero sustituirlo.”
Sonrió con una calma inhumana.
“La historia ya no me juzga.
La historia me obedece.”
CONTINUARÁ…

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