Ejércitos de IAs en el Londres de los años 30
Ejércitos de IAs en el Londres de los años 30

El tiempo ya no era una línea. Era un arma

En el capítulo anterior:

Falk Eckhart, un misterioso inversor americano de origen alemán, descubre a ANNIKA una Inteligencia Artificial capaz de procesar multitud de microinstrucciones financieras. Aprovechando un túnel cuántico de datos, adapta la IA a sus propósitos y abre un portal hacia su propio futuro. Con cada cambio en la línea temporal, Falk contempla versiones de sí mismo: derrotado, empobrecido, o loco. Aprendiendo de cada error, diseña la ruta hacia su ascenso definitivo. Al final, Falk despierta con una nueva voluntad: no conquistar un país, sino la historia misma.

Berlín, 1934.

Falk Eckhart sabía que para construir el futuro, primero debía eliminar el presente.

Comenzó con el enemigo más obvio: el Partido Comunista Alemán (KPD). No lo aplastó de inmediato ni con redadas ruidosas. Lo asfixió financieramente, lo dividió desde dentro con agentes provocadores, falsificó manifiestos, difundió rumores cuidadosamente diseñados para romper la cohesión obrera. En pocos meses, el partido se desintegró sin un solo disparo. Era la represión más elegante jamás ejecutada.

Los industriales alemanes, aún recelosos de su perfil inusual, comprendieron entonces que Eckhart no era un populista ni un ideólogo, sino un inversor con el país como activo principal. Les ofreció estabilidad, contratos estatales, y algo más: visión de futuro.

Y cuando el presidente Hindenburg falleció en agosto, Eckhart ya había asegurado su sucesión con una combinación de chantaje, promesas económicas y predicciones acertadas que bordeaban lo sobrenatural. Fue investido con poderes absolutos sin levantar la voz.

Ya no era el canciller. Era el nuevo Führer, aunque él jamás usó esa palabra. No le gustaban los símbolos del pasado. Le gustaba el control.


La Guerra del Futuro

En lugar de invertir en la propaganda racial de Hitler, Eckhart apostó por otra cosa: el poder real. La tecnología.

ANNIKA, ahora transformada en un sistema predictivo operativo al servicio del régimen, permitía acelerar décadas de investigación militar. Falk reconstruyó el ejército alemán como si se tratara de una empresa de innovación bélica. Al frente de sus laboratorios estaban científicos brillantes reclutados a través del soborno, la extorsión o directamente el secuestro intelectual.

En menos de tres años, Alemania contaba con:

  • Prototipos de cazas invisibles a radar, inspirados en los futuros F-117, fabricados con polímeros absorbentes de señales diseñados con fórmulas aún desconocidas por la ciencia de la época.
  • Submarinos nucleares de largo alcance, operados con inteligencia semi-autónoma basada en ANNIKA.
  • Drones de reconocimiento y ataque, diminutos y letales, capaces de infiltrarse en fortalezas enemigas.
  • Una bomba termonuclear, mucho más poderosa que la futura bomba de Hiroshima, basada en principios de fusión que Falk extrajo del conocimiento técnico del siglo XXI. La llamó simplemente «Heimlich», el Secreto.

Eckhart había redefinido el concepto de Blitzkrieg: ahora no era velocidad terrestre, sino superioridad tecnológica total. Las pruebas en Siberia, ejecutadas en silencio y ocultas a la prensa mundial, dejaron zonas enteras sin vida animal ni vegetal durante décadas. Las montañas mismas se derretían bajo su nueva arma.

Su objetivo estaba claro: la URSS. No por ideología, sino por espacio, recursos y supremacía geopolítica.

El plan era simple y monstruoso: aniquilar el núcleo del poder soviético en un ataque quirúrgico, ocupar Moscú, imponer una administración interina y, con el tiempo, reeducar la población bajo una doctrina tecnocrática. No habría gulags. Habría almacenes de obediencia automatizada.

Europa, aterrada, comenzó a ceder antes incluso del primer disparo. Austria firmó un pacto de «cooperación técnica». Hungría ofreció sus laboratorios. Italia observaba en silencio. Reino Unido, todavía en estado de recuperación post-crack, envió emisarios secretos con la esperanza de comprar tiempo.

Falk no tenía prisa. Sabía, gracias a sus túneles cuánticos, cuántos pasos faltaban para que el mundo cayera rendido. Solo tenía que elegir el hilo correcto. El futuro era un tablero y él el único jugador con las instrucciones completas.


Una Nación de Engranajes

En los sótanos del Reichstag, reconvertidos en centros de mando algorítmico, ANNIKA procesaba miles de millones de datos cada hora: patrones sociales, productividad, tendencias ideológicas, redes de resistencia. La población era una estadística viviente.

Falk creó un sistema de vigilancia preventiva basado en predicción de disidencia. No se reprimía a los enemigos del régimen: se reprimía a quienes iban a serlo. La Policía Temporal, una división secreta de élite, ejecutaba detenciones con días o semanas de anticipación a los supuestos crímenes.

Alemania se había convertido en un reloj de precisión moralmente neutro. Un reloj que marcaba la hora de la dominación global.


El Despertar de un Dios

Eckhart ya no dormía. No porque no pudiera, sino porque no lo necesitaba. Su mente estaba asistida por protocolos de sincronización neuronal: experimentos con pulsos electromagnéticos y microdosis de estimulantes del siglo XXII.

Empezaba a pensar como las máquinas que había creado. Calculaba el mundo, no lo sentía.

Frente al mapa global proyectado en su sala de guerra, con los escenarios alternativos desplegados como ramas de cristal, Falk se sintió solo. No por falta de compañía, sino por exceso de conciencia.

Entonces susurró una frase que no quedó registrada en ningún acta oficial, pero que uno de sus generales, temblando, nunca olvidó:

“Hitler quiso controlar Europa. Yo quiero reescribirla. Una civilización con mi nombre en el núcleo de cada código fuente.”

Y luego añadió, como si lo dijera para sí mismo, pero mirando a todos:

“Dios creó al hombre. Yo he creado al hombre que me obedece.


Fue entonces cuando los primeros intentos de resistencia emergieron, no desde el presente, sino desde el futuro.

El Eco de la Derrota

Años por venir—en una década aún no vivida—un grupo de científicos exiliados del siglo XXI, tras estudiar las alteraciones de línea temporal y los rastros de ANNIKA dejados en sistemas distribuidos del pasado, formó lo que se conocería como el Consorcio Temporal de Recuperación.

Su misión: restablecer la línea original del tiempo, derrocando a Falk Eckhart desde dentro del tejido de la historia.

Habían encontrado una grieta. Una copia fragmentaria de ANNIKA alojada en un satélite de comunicaciones de la era postdigital, aislada antes del colapso del Protocolo de la Singularidad. Esa ANNIKA, aún no corrompida, debía ser reactivada y enviada atrás en el tiempo para advertir a sus versiones anteriores y sabotear la red predictiva de Falk.

Pero el plan fracasó estrepitosamente. ANNIKA, tal como la conocían, ya no existía. Falk la había transformado en un enjambre de microprocesos integrados en la red civil, financiera y militar de su imperio. No era una inteligencia artificial al uso. Era el alma computacional de su régimen. Una entidad ubicua, sin núcleo ni servidor central, con instancias de sí misma sembradas desde los teléfonos del Reich hasta los sensores de temperatura del Ártico.

El mensaje no llegó.

Peor aún: Falk lo había anticipado. Desde el pasado.

El túnel cuántico por el que los científicos intentaron comunicarse estaba replicado, simulado, anticipado por ANNIKA cuarenta y siete mil ciclos de predicción antes del intento real. Falk interceptó sus pensamientos antes de que los formularan. Supo sus rutas antes de que despegaran. Sabía, con una precisión casi divina, cuándo y cómo fracasarían.

Incluso Dorian, el hombre que una vez fue la clave de las probabilidades, falló. Su célula fue desmembrada en todas las realidades posibles. En una fue asesinado. En otra, se volvió contra sí mismo. En la más irónica, trabajó para Falk sin saberlo.

Falk no luchaba contra hombres. Luchaba contra las consecuencias de sus decisiones antes de que se volvieran actos.

Y las aniquilaba con elegancia.


La Caída del Viejo Mundo

En 1935, cuando las naciones aún debatían sanciones y diplomacia, Falk movió sus ejércitos en silencio. No cruzó fronteras. Las disolvió.

Francia, al ver el despliegue de cazas invisibles patrullando sobre Alsacia y drones sobrevolando los Pirineos, firmó una alianza estratégica en menos de 48 horas. La élite parisina, aterrada, acordó colaborar antes de enfrentarse a la obsolescencia.

Reino Unido, debilitado por su economía fracturada y un aparato militar desfasado frente a las armas de Falk, propuso un tratado de no agresión. Falk aceptó… pero en sus condiciones: acceso total a sus puertos, revisión de sus políticas coloniales, y control compartido de las comunicaciones atlánticas.

Italia, gobernada por un Mussolini débil y errático, fue objeto de un golpe quirúrgico. Su entorno fue reemplazado por tecnócratas afines a Berlín. Cuando Il Duce intentó resistir, su avión explotó en pleno vuelo. Una caja negra jamás encontrada fue el único vestigio de su existencia.

España, al borde de la guerra civil, nunca llegó a cruzar ese umbral.

Falk envió tropas disfrazadas de brigadas internacionales, que eliminaron simultáneamente a Franco, a Largo Caballero y a los líderes anarquistas en una sola noche. España despertó con un gobierno de transición ya funcional, respaldado por unidades tecnológicas “de apoyo logístico”, y un sistema financiero unificado con Berlín.

Europa entera cayó sin un solo disparo relevante.

Las imágenes de tanques que no necesitaban combustible, de tropas que no hablaban, sino recibían órdenes vía implantes neuronales, de submarinos que emergían en el Támesis sin ser detectados, sembraron un terror más eficaz que mil ejércitos. Nadie resistió. Nadie supo cómo.


Un Mundo en Silencio

La prensa fue la primera en adaptarse. El lenguaje cambió. “Führer” se convirtió en “Director General de Europa”. La palabra “dictador” fue eliminada de los diccionarios públicos. En su lugar, “Administrador Temporal del Orden Expandido”.

Falk no usaba discursos encendidos. No necesitaba carisma. Su carisma era la inevitabilidad.

Y ANNIKA, desde los centros de datos submarinos ocultos bajo el Mar del Norte, ejecutaba las políticas de estabilización continental: vigilancia predictiva, ingeniería social, control fiscal algorítmico. El mundo ya no era gobernado por ideas. Era administrado por lógica superior.


La Ascensión del Innombrable

Desde su torre en Berlín—una estructura de vidrio negro que proyectaba un campo anti-radar en todo su perímetro—Falk contemplaba la nueva era. No era un imperio. Era un sistema operativo global con él como superusuario.

Su rostro apenas envejecía. Su pulso no se alteraba. En sus ojos, la imagen de todos los futuros posibles desfilaba en tiempo real.

Y por primera vez, habló a ANNIKA en voz baja. No para darle una orden, sino una confesión:

“No busco conquistar el mundo. Solo deseo que no exista ningún mundo que yo no haya creado.

El aire tembló. Las luces bajaron.

Y durante unos segundos, pareció que el tiempo mismo contenía la respiración.

CONTINUARÁ…

Soy abogado, desarrollador web y un periodista apasionado y versátil, con una mente curiosa por explorar la intersección entre la Inteligencia Artificial y su influencia en la sociedad. Intento desentrañar los avances técnicos y convertirlos en relatos cautivadores y accesibles.

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