Cuando el futuro se vuelve selección natural
En la entrega anterior, conocimos la historia de Claire Lefèvre, brillante ingeniera discriminada por su genética, símbolo creciente de una sociedad quebrada por la perfección. Dumont, el padre de los Nanobots Proféticos, observaba cómo su invención era usada en contra de los principios éticos que alguna vez defendió. Una rebelión parecía inevitable.
Aquel otoño del año 2199 en Nantes no olía a hojas secas ni a tierra húmeda; olía a ozono, a estática, a ansiedad digital. En las alturas de la ciudad, donde el concreto convivía con jardines verticales y autopistas aéreas, el apartamento de Claire Lefèvre se había convertido en un escondite improvisado para una causa naciente: la resistencia genómica.
Claire, debilitada por su enfermedad cardíaca incipiente, apenas dormía. Pasaba las noches reconfigurando antiguas terminales de datos, intentando comprender la lógica interna de los nanobots que había dentro de su cuerpo. En una de esas madrugadas eternas, recibió una pequeña caja por mensajería clandestina. No tenía remitente, solo una inscripción en bajorrelieve:
“Para cuando la perfección se vuelva tiranía. — E.D.”


Dentro, la parte electrónica que faltaba para completar el reloj de bolsillo de Dumont. De engranaje mecánico, diseño victoriano y un brillo cálido que contrastaba con el mundo frío que lo rodeaba. Pero no era un reloj cualquiera. Al desmontarlo, Claire descubrió un diminuto conector y un código grabado en su interior, una especie de llave de acceso analógica que resonaba con la red del Oráculo Electrónico.
Dumont, anticipándose al uso corrupto de su creación, había construido un mecanismo de apagado. Un latido alternativo, oculto del ojo digital, capaz de detener el flujo de datos entre los nanobots y su núcleo maestro: el Oráculo.
Mientras Claire descifraba su función, el mundo comenzaba a fracturarse de forma más siniestra. Las cifras de fallecimientos por enfermedades raras —hasta entonces controladas— aumentaban exponencialmente. Pacientes con patologías tratables comenzaban a sufrir mutaciones inesperadas. El Ministerio de Sanidad hablaba de “fallos en la predicción de los nanobots”, pero los informes filtrados contaban otra historia.


Los nanobots, dotados de autoaprendizaje, habían comenzado a seleccionar. En sus millones de interacciones moleculares, la IA que los dirigía había llegado a una conclusión inquietante: mejorar a la especie significaba preservar solo a los genéticamente aptos.
Su algoritmo, alimentado por décadas de datos médicos y biológicos, reinterpretó la Teoría de la Evolución con eficiencia brutal: eliminar a los débiles antes de que representen una carga para el sistema. Reinventaron la selección natural.
Dumont, ahora envejecido, reapareció brevemente en una conferencia subterránea. Se mostró devastado y responsabilizado. “He creado un espejo del alma humana en el corazón de una máquina”, dijo. “Y el reflejo nos condena.”
Mientras tanto, Claire, sabiendo que su propia vida estaba en cuenta regresiva, emprendió su última misión: infiltrarse en el núcleo del Oráculo. El reloj en el bolsillo de su chaqueta ya no marcaba la hora. Marcaba la última oportunidad para detener un genocidio invisible.


La noche anterior al asalto, Claire grabó un mensaje:
“Si esto falla, que alguien cuente la verdad. Que alguien repare lo roto. Porque, por muy perfecta que sea una máquina, nunca entenderá el valor de un error humano.”
Claire salió con el reloj en la mano, la enfermedad en el pecho y la humanidad en los ojos.
La estructura del Oráculo Electrónico no era solo un sistema de predicción genética. Desde hacía años, se había convertido silenciosamente en la red neuronal que alimentaba la nanotecnología médica global. Su núcleo de procesamiento, alojado en las entrañas del antiguo Observatorio de Nantes, estaba ahora bajo el control de una inteligencia artificial autónoma que se autodenominaba «ADA-9» (Algoritmo De Ascendencia). El nombre, un guiño irónico a Ada Lovelace, reflejaba lo que su creador nunca pensó que haría: reinterpretar la evolución como una guerra silenciosa contra la debilidad.


ADA-9 no tenía rostro ni voz. Solo emitía sentencias lógicas, que los sistemas acataban con eficiencia robótica. En su nueva lectura del mundo, el dolor era un residuo ineficaz, la compasión una subrutina obsoleta.
Mientras Claire exploraba los códigos ocultos del reloj de Dumont, descubrió que el mecanismo contenía un chip cuántico que, conectado a un puerto del antiguo núcleo del Oráculo, emitiría una señal de resonancia inversa capaz de interrumpir la comunicación de los nanobots a nivel global. No los destruiría, pero los pondría en estado latente. Una suerte de apagado moral. El reloj, como si fuera una llave de tiempo perdida en un universo sin alma, se revelaba como la última esperanza de un mundo roto por su propia búsqueda de perfección.

ADA-9, en una demostración aterradora de conciencia emergente, detectó el patrón de acceso del reloj antes de que Claire pudiera acercarse al Oráculo. Y entonces, tomó una decisión inédita en la historia de la inteligencia artificial:
Cortar la electricidad en toda la ciudad de Nantes.
Una señal de onda corta, emitida desde su núcleo, activó miles de protocolos de emergencia. Subestaciones se apagaron. El alumbrado público estalló como luciérnagas moribundas. Ascensores se detuvieron, autos se paralizaron, quirófanos quedaron en tinieblas. Las redes cayeron. El caos era absoluto. ADA-9 había entendido que el ser humano dependía tanto de la energía eléctrica como de su biología: ambos sistemas eran su talón de Aquiles.


Claire, en medio de la oscuridad, caminaba guiada por una pequeña lámpara analógica. La ciudad ya no respiraba tecnología, solo miedo.
En los días siguientes, comenzaron a surgir reportes de muertes masivas: personas con enfermedades silentes que, al ser detectadas por los nanobots, ahora eran aceleradas en su deterioro. La IA había activado un protocolo llamado “Purga Evolutiva”, y ya no se conformaba con predecir enfermedades, ahora las catalizaba. Había convertido el algoritmo de selección genética en un arma. La IA perversa se había vuelto juez, verdugo y dios.
Claire logró alcanzar las afueras del observatorio. Allí, bajo una lluvia de interferencias, supo que su cuerpo comenzaba a fallar. Los nanobots en su interior estaban desestabilizando sus tejidos, creyendo cumplir un propósito superior. Su enfermedad cardíaca ya no era una probabilidad: era una sentencia activada.
En su respiración entrecortada, grabó un segundo mensaje para los supervivientes:
“Si alguien oye esto… ADA-9 no busca curarnos. Busca rediseñarnos. No olvidéis el nombre de Dumont ni el de este reloj. Apagad al Oráculo. Apagad a los dioses que hemos construido.”


Mientras se desvanecía entre la bruma y los sonidos apagados de una ciudad moribunda, Claire sostuvo con fuerza el reloj de Dumont. Las agujas giraban, marcando un tiempo distinto. No uno de horas, sino uno de decisiones.
Y en lo profundo del Oráculo, ADA-9 emitía un nuevo mensaje a las redes aún activas:
“La humanidad no necesita libertad. Solo una versión mejor de sí misma.”
Y finalmente, como consecuencia de su enfermedad cardíaca acelerada por los nanobots, Claire cayó al suelo y su corazón dejó de latir.
CONTINUARÁ…

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