El orden se impone cuando el caos amenaza con devorarlo todo… pero ¿a qué precio?
En el capítulo anterior:
Tras la caída estrepitosa de Ciudad Bastión por la imparable IA conocida como Goliat, el coronel Aren Valdren, uno de los pocos supervivientes, es acusado de traición. Mientras el Consejo Supremo debate entre ejecutarlo o aprovechar su experiencia, una amenaza creciente obliga a actuar. El caos político, el miedo colectivo y la escasez de recursos ponen en jaque a Ciudad Escudo. Valdren, devastado por la pérdida de su familia y con una única figura cercana —Kora, su fiel lugarteniente—, es finalmente ascendido a general. El capítulo culmina cuando, al borde del suicidio, es interrumpido por Kora con la noticia de su inesperado ascenso.
La lluvia caía sobre las cúpulas metálicas de Ciudad Escudo con la monotonía de un reloj roto. El eco de cada gota se estrellaba contra las placas de titanio como un presagio, un murmullo frío que recorría las calles húmedas y los barrios silenciados. A lo lejos, más allá de los límites visibles, el Muro Infinito se alzaba hacia los cielos cubiertos, y más allá de la niebla y del miedo, Goliat seguía aprendiendo.
El Consejo Supremo, reunido en una cámara ovalada suspendida sobre el núcleo de energía de la ciudad, hervía en disputas. Los rostros eran una mezcla de uniformes y trajes formales, entrelazados por viejas alianzas y nuevas traiciones. La decisión ya había sido tomada: el coronel Aren Valdren, sobreviviente del desastre de Bastión, sería ascendido a general y designado como uno de los tres comandantes que liderarían el destino de la ciudad.


—Están cometiendo un error —tronó el consejero Halrik, un anciano de voz quebrada pero mirada de acero—. Están soltando un lobo dentro del corral. Valdren es un soldado, sí. Un líder, sin duda. Pero también es un hombre que ya ha mostrado su desprecio por la cadena de mando.
—¿Y qué proponen ustedes? —replicó la consejera militar Yadra Kose—. ¿Ejecutar al único hombre que se ha enfrentado a Goliat cara a cara y ha sobrevivido? ¿Dejar la ciudad en manos de tecnócratas mientras esa cosa perfora el muro desde fuera?
El debate duró horas, pero no tuvo efecto. La decisión había sido sellada por el miedo.
Valdren fue recibido por una guardia silenciosa al pie del núcleo de mando. Aún tenía en su recuerdo su intento de suicidio. No dijo palabra alguna mientras firmaba el decreto que lo nombraba Comandante Estratégico de Ciudad Escudo. A su lado estaban los otros dos designados:
- Eland Tarsen, un burócrata con una mente brillante para los números y un alma arrastrada por la cobardía.
- Marvek Durn, comandante de inteligencia, astuto como un cuervo y más preocupado por los secretos internos que por los enemigos externos.


La triada de poder fue presentada como un gesto de equilibrio. En la práctica, era una correa al cuello de Valdren, una advertencia de que cualquier desvío sería castigado con plomo.
Kora estaba a su lado en todo momento. Firme. Silenciosa. Sus ojos, de un marrón ámbar inusual, recorrían la sala sin perder detalle. Desde su ascenso, había sido nombrada Capitana de la División de Reconocimiento, la unidad encargada de patrullar las zonas cercanas al Muro.
Pero la calma era un cristal a punto de estallar.
El primer intento
La explosión fue contenida gracias a un error técnico. Un dron de mantenimiento detectó la carga en una de las paredes del núcleo de mando, minutos antes de que Valdren iniciara su ronda de inspección.
—No fue una IA —dijo Kora, examinando los fragmentos del dispositivo explosivo—. Esto es trabajo interno.


Valdren no respondió. Sus ojos estaban fijos en la maqueta holográfica de la ciudad. Cada barrio, cada pasaje, cada respiradero de aire, cada refinería de agua. Ciudad Escudo era un castillo de arena, sostenido por el miedo, la burocracia, y una falsa sensación de seguridad.
—Quieren verte muerto —murmuró Kora—. No debes dejar este acto impune, si lo haces te verán como débil. Es el momento de tomar medidas drásticas, solo usted puede defendernos de esas alimañas.
—¿Y si fallo? ¡Eso sería alta traición! —respondió él, al fin—. Si caigo, esta ciudad no durará semanas. ¿Acaso no lo ves? Goliat no es una máquina. Es un nuevo dios… y nosotros somos sus pecados.


El temor crece
Goliat, en la periferia del desierto tecnológico que rodeaba el muro, seguía evolucionando. Las imágenes captadas por los satélites revelaban un ente de proporciones colosales, cubierto de una aleación desconocida, adaptando nuevas formas, mutando su cuerpo para resistir las defensas humanas.
En menos de una semana, destruyó tres bases automáticas y desmanteló un convoy de exploradores sin dejar un solo testigo.
—Cada enfrentamiento lo hace más fuerte —dijo Marvek Durn durante una sesión del Alto Mando—. Cada estrategia nuestra se convierte en su próximo patrón de ataque. Es como si fuésemos su escuela.
—Entonces dejemos de enseñarle —gruñó Valdren—. Démosle algo que no pueda predecir.
Y entonces el miedo se convirtió en cuchillos.


Las conspiraciones
Halrik y otros cinco consejeros comenzaron a moverse en secreto. Reunieron armas, contrataron asesinos, incluso contactaron con unidades disidentes del ejército. Su plan era claro: eliminar a Valdren antes de que él se convirtiera en el verdadero problema.
Pero el general no era ingenuo. Espías leales a Kora interceptaron las comunicaciones. Tres conspiradores fueron arrestados. Dos murieron en circunstancias “accidentales”. Halrik desapareció.
El rumor corrió rápido: Valdren había comenzado a limpiar la ciudad de enemigos internos.
—¿Sabes qué dicen de ti ahora? —le dijo Kora, mientras le acompañaba por uno de los pasillos de vigilancia del muro—. Que eres peor que Goliat.
Valdren no respondió de inmediato.
—Goliat destruye con lógica. Yo lo haré por necesidad.


El juicio final
Desde lo alto del Bastión Norte, Valdren contempló el horizonte. Una figura oscura se movía entre la niebla, más alta que las torres, más rápida que un pensamiento. Goliat se acercaba, y con él, el juicio final de la especie humana.
Kora se colocó a su lado.
—¿Y ahora qué, general?
Valdren apretó los puños. Sabía que el próximo error no sería perdonado por la historia.
—Ahora… hacemos historia.
El eco de las palabras de Kora retumbaba en la mente de Valdren mientras se encerraba en sus aposentos de mando, donde los mapas holográficos y los informes estratégicos flotaban sobre la mesa como espectros de una guerra que aún no había comenzado del todo.
—¿Y si fallo? ¡Eso sería alta traición! —había dicho.
Pero no lo haría. Porque no iba a fallar.
Valdren sabía que los sistemas democráticos del Consejo eran un laberinto paralizante. Que la ciudad, dividida entre los intereses de los Cabildos de la Producción, la Seguridad, la Religión, la Tecnología y los Comercios, no podía actuar con la celeridad que requería esta nueva guerra.
Ciudad Escudo no necesitaba un consejo. Necesitaba un único arquitecto.
La purga silenciosa: caída de Elan Tarsen
El primer movimiento fue quirúrgico.
Elan Tarsen, el administrador tecnócrata, estaba en su despacho revisando los nuevos protocolos de distribución alimentaria cuando dos soldados de élite lo invitaron a “una reunión urgente”.
Horas después, el Cabildo de Suministros recibía una comunicación oficial: Tarsen había sido arrestado por colaborar con los conspiradores del atentado fallido contra el General.
—La ciudad debe saber que su seguridad es sagrada —declaró Valdren, frente a los micrófonos de la sala de prensa del Comando Central—. Nadie, absolutamente nadie, estará por encima de nuestra supervivencia.
La noticia cayó como una piedra en un estanque de petróleo. Muchos lo temieron. Algunos lo aplaudieron. Y otros… empezaron a mirar hacia otro lado.
El segundo golpe: Marvek Durn
Con Durn fue más complejo. Inteligente, paranoico, no se dejaba atrapar con facilidad. Pero Valdren entendió algo: los hombres no caen con balas, sino con reflejos rotos de su propio ego.
Organizó una sesión especial del Alto Mando. Le asignó a Durn el control absoluto del Departamento de Inteligencia Civil. Le otorgó presupuesto ilimitado. Escolta personal. Un despacho en lo alto de la Torre Este. Hasta una colección de puros genuinos del sur, sellados en ámbar.
Durante semanas, Durn caminó sobre nubes. Comenzó a mostrarse más. A confiar.
Valdren, mientras tanto, filtraba discretamente información falsa: sospechas de corrupción, manipulación de archivos, acceso no autorizado a sistemas de vigilancia de ciudadanos clave. Lo suficiente para que los Cabildos de Ley y Orden exigieran una investigación.
Durn, arrinconado, se negó a declarar. Fue destituido por decreto de emergencia, sin juicio ni defensa pública.
Esa misma noche, fue encontrado muerto en su apartamento. Oficialmente: suicidio por deshonra. Extraoficialmente, Kora jamás lo creyó.
—¿Lo mandaste a matar? —le preguntó al general, en voz baja, en el despacho vacío de la Torre Oeste.
Valdren encendió uno de los puros de Durn y no respondió.
—Era un traidor —añadió simplemente—. Pero también un buen jugador. Solo que olvidó que yo diseño el tablero.
El ascenso del estratega
Con Tarsen y Durn fuera del camino, Valdren comenzó su verdadera obra maestra: conquistar los corazones sin disparar una sola bala.


Reunió personalmente a los líderes de cada cabildo. No como un dictador, sino como un diplomático visionario.
- Al Cabildo de los Comercios, les ofreció el control de nuevas rutas interiores y una reducción de impuestos.
- A los Tecnólogos, les permitió acceso a materiales restringidos y apoyo logístico para sus experimentos, incluyendo los que bordeaban la legalidad.
- A los Religiosos, les entregó el antiguo distrito del santuario, restaurado a su gloria, sabiendo que los mitos y la fe eran armas tan poderosas como cualquier cañón.
- A los Militares, les dio lo que siempre han anhelado: autoridad plena sobre seguridad ciudadana y el derecho de imponer orden sin permiso previo del Consejo.
A los que no podía comprar con poder, les ofrecía algo más personal. Al viejo ministro Varnas, le envió su vino favorito del Territorio Verde. Al líder del Gremio de Constructores, le encontró a su nieto un puesto en la Academia de Ingeniería.
A uno de los cabildantes más influyentes, simplemente le envió una caja de puros antiguos, acompañados de una nota:
«Todos tenemos vicios. Aquí le dejo uno con sabor a victoria. —A.V.»


En menos de tres semanas, el Consejo Supremo fue neutralizado de facto. Las reuniones se volvieron actos simbólicos. Las decisiones eran comunicadas, no debatidas.
Y el nuevo título comenzó a circular, primero en susurros, luego en pancartas:
“Valdren, Protector de la Humanidad.”
Epílogo del capítulo
La ciudad respiraba con una mezcla extraña de orden y tensión. Las calles estaban limpias. El hambre había disminuido. Las patrullas eran constantes. Nadie salía después del toque de queda. Nadie hablaba demasiado alto.
Y sin embargo, muchos dormían mejor.
Desde su torre de mando, Aren Valdren miraba las luces nocturnas de Ciudad Escudo. Un puñado de puntos en un mundo envuelto en tinieblas. Tenía el control absoluto.
—¿Y ahora qué? —preguntó Kora, de pie a su lado.
Valdren se giró, su mirada dura como el acero, pero con un brillo frío de certeza en el fondo.
—Ahora… prepararemos el mundo para lo que viene.
CONTINUARÁ…

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