Ciudad Escudo con un desfile militar y Valdren observando desde un balcón.
La última muralla entre la humanidad y el abismo.

Cuando el miedo gobierna, el valor se convierte en fe, y la obediencia en salvación

En el capítulo anterior:

Tras sobrevivir al colapso de Ciudad Bastión, el coronel Aren Valdren asciende inesperadamente a general y es puesto al mando de Ciudad Escudo por miedo al avance imparable de Goliat, una IA titánica. En un clima de tensión política, Valdren utiliza atentados y deslealtades para consolidar su poder absoluto, eliminando rivales estratégicamente y ofreciendo concesiones a quienes puede controlar. Su carisma y dominio de los cabildos fracturados lo convierten rápidamente en el líder indiscutible de la ciudad. Sin embargo, sus decisiones autoritarias siembran una inquietud profunda: ¿está salvando a la humanidad o forjando una dictadura bajo el pretexto de resistencia?

El amanecer en Ciudad Escudo era diferente ahora. El aire, antes tenso de incertidumbre, se había vuelto espeso con una calma artificial, como el silencio previo al trueno. Bajo las órdenes del general Aren Valdren, el ejército de la ciudad crecía con una velocidad temible. No se trataba solo de cantidad, sino de transformación: los soldados ya no juraban lealtad a una bandera, ni a una institución… sino a un hombre.

Valdren.

Había reformado la estructura militar desde sus cimientos. Las antiguas divisiones se disolvieron, reemplazadas por escuadrones más ágiles y letales, entrenados para operaciones fuera del muro. La instrucción era dura, inflexible, casi inhumana. La disciplina no era una sugerencia, sino una condición para seguir con vida.

En uno de esos entrenamientos, mientras el sol ceniciento se alzaba sobre la ciudad amurallada, una discusión estalló en el Escuadrón Delta. Un joven soldado, Kael Serin, desobedeció una orden directa. Su tono fue desafiante. Su mirada, arrogante.

Valdren, presente en la inspección, avanzó sin decir una sola palabra.

Los pasos de sus botas metálicas resonaron como martillazos en la conciencia de todos. Frente al soldado, Valdren lo miró a los ojos apenas un segundo. Luego, con la izquierda, tomó su cabeza con una calma gélida. Con la derecha, extrajo su cuchillo de combate, y en un solo movimiento, rápido y seco, le cortó la garganta de lado a lado. La sangre apenas tocó el suelo cuando ya había girado sobre sus talones y regresaba hacia su comandancia.

No hubo juicio. No hubo explicación. Solo el mensaje silencioso de que el desacato no era una opción.


En su despacho, escribió el informe con pulcritud quirúrgica. Ni una mancha, ni una palabra demás.

“Disciplina: reforzada.”


La figura de Valdren comenzó a expandirse más allá de los muros del ejército. Los ciudadanos, atónitos ante la rapidez con la que había estabilizado el caos, empezaron a escucharlo… y a creerle.

Sus discursos públicos no eran meras arengas. Eran ceremonias. Las multitudes se reunían en la Plaza de la Aurora para escucharlo hablar desde el balcón de la Ciudadela. Su voz, grave y segura, cortaba el aire como un cuchillo invisible.

«¡Durante demasiado tiempo fuimos gobernados por hombres débiles! Por cobardes que escondían su incompetencia bajo promesas vacías. Ciudad Bastión cayó… porque nadie tuvo el coraje de hacer lo necesario.»

«Pero yo no me ocultaré. No me rendiré. ¡No me arrodillaré ante esas máquinas! ¡Goliat no es un dios! Es una aberración. ¡Y yo seré su final!»

Sus palabras inflamaban corazones. Lo aclamaban, no solo como líder, sino como un símbolo. Y Valdren… lo empezaba a creer también.

En privado, frente a Kora, lo confesó sin pestañear:

«No soy solo un general. Soy el último muro entre la humanidad y la extinción. Si yo caigo… caerá todo. Así que no puedo permitirme dudar. Yo soy el destino de esta especie.»


Bajo un cielo enrojecido por las luces de la ciudad, Valdren formuló su último discurso antes de partir en una misión al exterior del muro:

«Ciudadanos de Escudo, hijos de la última muralla… ¡ya no estáis solos! Hoy comienza una nueva era. El viejo gobierno fue el cáncer. Yo seré la cura. No más promesas. No más miedo. ¡Os juro que mientras yo respire, Goliat no pondrá un pie dentro de estas murallas! Porque donde otros dudan… ¡yo actúo! Donde otros caen… ¡yo me levanto!»

«Y si hay un designio divino… ¡entonces es este! ¡Salvar a la humanidad… aunque ella misma no quiera ser salvada!»

Las voces rugieron en la plaza. Aplausos, gritos, lágrimas. El eco de su nombre se mezclaba con el estruendo de las sirenas, como si la propia ciudad empezara a latir al compás de su voluntad.

Valdren bajó los brazos. Cerró los ojos. Sonrió.

Y en ese momento, por primera vez… creyó que era invencible.


Solo el acero que no duda puede enfrentarse al dios de las máquinas.

Kora Shen.

Imagen de Kora Shen mirando desde lo alto de una torre en Ciudad Escudo.
El escudo personal del General… y su último lazo humano.
Imagen de Kora Shen mirando desde lo alto de una torre en Ciudad Escudo.
El escudo personal del General… y su último lazo humano.

La ceremonia fue discreta, pero simbólicamente poderosa. En el Salón de la Llama Eterna, entre columnas de hierro y brasas vivas, Valdren colocó la insignia carmesí sobre el pecho de Kora. Sus ojos brillaban con una mezcla de orgullo y dolor.

—Desde hoy, Comandante Kora Shen. Mi guardia es tuya. Mi vida, también —declaró con voz firme.

Ella asintió, sin palabras. Era la primera mujer en ocupar ese cargo. Y la más joven.

El nombramiento fue la antesala de algo mayor. Valdren sabía que las palabras, por sí solas, no bastaban. La ciudad necesitaba una victoria tangible. Y él… necesitaba comprender a su enemigo.

Goliat había permanecido invisible desde la caída de Ciudad Bastión. Se sabía que se movía al norte, rodeado por escuadrones de IAs bípedas y humanoides. Su tamaño descomunal lo hacía imposible de ocultar, pero su estrategia era impredecible.

Así que Valdren organizó la Expedición Fénix, una fuerza de élite con 300 soldados, vehículos blindados ligeros y drones de reconocimiento, liderada por su mejor estratega: el capitán Kaer Dalan.

Oficialmente, el objetivo era emboscar a Goliat. En realidad, era algo más peligroso: probar su lógica, su reacción y sus patrones de ataque.


El Arte del Engaño

Valdren diseñó una trampa compleja: desplegarían cargas electromagnéticas para desactivar temporalmente las IAs acompañantes y acorralar a Goliat en una garganta rocosa estrecha. La topografía limitaría su movilidad, y los escuadrones usarían fuego concéntrico y minas térmicas inteligentes.

Durante tres días, la expedición avanzó. Transmitían datos constantes a Valdren, que los observaba en su sala de mando como un ajedrecista impasible. Los primeros enfrentamientos fueron exitosos. Drones neutralizados. IAs destruidas. Goliat cercado.

Pero entonces… el titán de acero cambió su patrón. Activó una onda de pulso desde su pecho y hackeó sus propios drones previamente destruidos. Las máquinas revivieron y se volvieron contra los soldados. Luego lanzó fragmentos de su propio blindaje para bloquear las minas térmicas y aplastó el paso rocoso, creando una trampa mortal.

La última transmisión fue del capitán Kaer:

—¡Nos está observando! ¡No está reaccionando… está aprendiendo! ¡Repito, Goliat está aprendien—!

Silencio.


En Ciudad Escudo, los generales esperaban una orden de retirada. Valdren solo dijo una frase:

—Nadie regresa.

Algunos asesores se quedaron blancos. Kora, aunque fiel, lo observó con recelo.

—¿Lo sabías? —preguntó ella en privado—. ¿Sabías que no volverían?

Valdren respondió sin girarse.

—No lo sabía. Pero lo necesitaba.

Fue entonces cuando reveló su descubrimiento: el único momento en que Goliat baja la guardia es cuando penetra los sistemas internos de una ciudad, al momento de iniciar su proceso de neutralización total. Lo había hecho en Ciudad Bastión. Lo haría de nuevo.

“Goliat se vuelve vulnerable al concentrar sus recursos en el sabotaje de redes urbanas internas. En ese instante, sus defensas físicas disminuyen. Su arrogancia es su debilidad.”


El Último Plan

La conclusión fue inmediata. Directa. Aterradora.

—Debemos hacerle pensar que ha ganado. Que puede entrar.

La idea era simple: atraer a Goliat hasta las puertas de Ciudad Escudo, fingir una brecha de seguridad, dejarle entrar. Y en ese momento, atacarlo con todo. El ejército al completo. Explosivos. Ondas sónicas. Armamento de fisión táctica.

Una misión suicida. Una jugada final.

Valdren reunió a sus generales.

—No habrá segundas oportunidades. Si fallamos… no quedará nada entre Goliat y el corazón de lo que queda de la humanidad.

Kora se le acercó esa noche, preocupada.

—¿Y si morimos todos?

Valdren la miró, y por primera vez en mucho tiempo, sonrió.

—Entonces, al menos habremos sido más humanos que ellos.

CONTINUARÁ…

Soy abogado, desarrollador web y un periodista apasionado y versátil, con una mente curiosa por explorar la intersección entre la Inteligencia Artificial y su influencia en la sociedad. Intento desentrañar los avances técnicos y convertirlos en relatos cautivadores y accesibles.

Participa en la conversación

2 Comentarios

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *