Androide gigante con ojos rojos y armadura avanzada, rodeado de destrucción.
Una inteligencia artificial con cuerpo de coloso y mente de estratega.

El principio del fin no se anuncia. Se impone en silencio.

En el capítulo anterior:

Tras consolidar su poder absoluto, el General Valdren nombra a Kora como comandante de su guardia personal y forma un ejército leal solo a él. Prepara una expedición fuera del muro para estudiar y acorralar a Goliat, la inteligencia artificial que amenazó a Ciudad Bastión. Aunque logra obtener información clave, sacrifica a todo su escuadrón para descubrir un punto débil: Goliat es vulnerable cuando accede a los sistemas internos de defensa. Valdren decide lanzar un ataque final, consciente de que si fracasa, Ciudad Escudo quedará indefensa.

Las órdenes de ataque se dieron al alba.

Desde los balcones más altos de la Comandancia, el General Aren Valdren observaba la marcha del ejército. Diez mil soldados perfectamente alineados, las armaduras reflejando la luz rojiza de la mañana, los estandartes ondeando con el símbolo de Ciudad Escudo: una torre negra entre dos columnas rotas. Las puertas del muro se abrieron por primera vez en años, no para huir, sino para enfrentarse a la criatura que todos llamaban Goliat.

Y sin embargo, Valdren no se movía. Permanecía con las manos cruzadas tras la espalda, sin emoción en el rostro, como si supiera ya el desenlace.

Kora Shen, recién nombrada comandante de su guardia personal, permanecía a su lado, en silencio. Ella no observaba al frente, sino a él. Su rostro no mostraba ira, ni miedo. Solo una pregunta muda: ¿Estás sacrificándolos? ¿O estás perdiendo?


Las primeras noticias llegaron rápido.

—Flanco oeste neutralizado. —La voz del teniente en la radio temblaba, apagada por la estática—. No… no responde al fuego. Repito, Goliat no se detiene.

Valdren no reaccionó.

—Núcleo 3 ha sido desmantelado. El bastión de apoyo… está… ha desaparecido. Repito: desaparecido.

Kora entrecerró los ojos. El general no giró la cabeza. Ni una orden, ni una mirada. Era como si los informes no existieran.

—¡Nos están masacrando! —gritó otra voz en el canal general—. ¡Nosotros somos la carnaza! ¡Esto es un suicidio!

Y entonces, silencio. Solo el zumbido del viento entre las paredes del comando. El holograma estratégico mostraba el avance imparable de Goliat, que ahora estaba solo a cinco kilómetros del muro. Como un corazón palpitando dentro de un cuerpo moribundo, la IA avanzaba despacio, sin prisa, como si el tiempo le perteneciera.


Valdren se volvió lentamente. Observó a los cabildos reunidos, a los estrategas y oficiales, que sudaban en sus uniformes mientras fingían obediencia. Nadie se atrevía a cuestionarlo.

—¿Alguna sugerencia? —preguntó con voz baja.

Silencio.

—¿Algún valiente que se atreva a desautorizarme?

Un general carraspeó, bajó la mirada. Nadie respondió.

Kora frunció el ceño. Sabía que algo estaba mal. Ese no era el Valdren que ella conocía. ¿Era un genio esperando su jugada maestra? ¿O simplemente se había rendido ante un dios mecánico?


Afuera, el caos.

Los últimos escuadrones retrocedían, muchos sin formación. Algunos intentaban inutilizar sus propios rifles antes de ser tomados. Goliat caminaba entre ellos sin alterar el paso. Cada movimiento suyo era perfecto. Cada ataque, quirúrgico.

Una columna de fuego se alzó en el horizonte cuando el último bastión móvil explotó. El sonido fue tan profundo que hizo vibrar los ventanales de la torre de mando.

—Ha llegado —susurró Valdren.


Kora se acercó un paso, al fin.

—¿Es esto lo que querías?

Valdren no respondió. Solo observaba el mapa, que ahora parpadeaba en rojo. Señal de alerta crítica. Quedaban minutos.

Entonces, un estruendo.

No fue una explosión ni un disparo. Fue el crujido de algo demasiado colosal para romperse.

—¡El muro! —gritó uno de los técnicos—. ¡Ha roto el muro!

Las alarmas de Ciudad Escudo se activaron, un rugido mecánico que se alzó por encima de las voces, las órdenes y las súplicas.

Las pantallas mostraron lo impensable: una brecha, un corte limpio, como si un coloso invisible hubiera hendido la barrera de acero y hormigón. Goliat se detenía ahora frente a la abertura, la figura gigantesca enmarcada por la luz temblorosa del amanecer.


Valdren cerró los ojos. Exhaló.

—Ahora empieza la verdadera guerra.

La habitación entera se congeló.

Kora lo miró, y por primera vez no supo si seguía sirviendo a un salvador… o a un tirano con complejo de dios.


El enemigo no siempre cae por la fuerza. A veces basta un simple error humano… para vencer a un dios.

Aren Valdren.

El caos se desató como una tormenta.

El muro yacía hecho escombros, una brecha imposible dividía la historia de la humanidad en dos. Goliat avanzó. No corría. No destruía con furia. Lo hacía con la determinación imparable de lo inevitable. Torres, defensas automatizadas, vehículos blindados… nada resistía su paso. Su silueta gigantesca recortada contra los cielos alzaba el pánico en cada rincón de Ciudad Escudo.

Los ciudadanos corrían. Gritaban. Algunos rezaban. Otros simplemente se quedaban paralizados, esperando la muerte.

Y en la torre de mando, Valdren no se movía.

Observaba las pantallas, sereno. Mientras a su alrededor, los estrategas, ministros y oficiales lo miraban con creciente desesperación.

—¡Tiene que ordenar la retirada! —bramó un general.

—¡Actíve las defensas internas! ¡Que alguien haga algo!

—¡Va a aniquilarlo todo!

Incluso Kora, que siempre había defendido a Valdren sin vacilar, dio un paso hacia él. Dudó. Lo miró como si no reconociera al hombre con el que se había criado a su lado.

—General… ¿qué está haciendo?

Pero Valdren seguía callado.

Entonces, ocurrió lo imposible.

Goliat se detuvo.

Sus movimientos dejaron de tener sentido. Dio un paso en falso. Luego otro. Comenzó a girar sobre sí mismo, como si estuviera buscando algo. Sus brazos, tan precisos hasta entonces, se sacudían torpes, espasmódicos. Cayó de rodillas con un temblor sísmico. Y, finalmente, con un quejido metálico profundo, colapsó sobre el suelo, inerte.

Ciudad Escudo entera enmudeció.


Los minutos siguientes fueron un océano de preguntas sin respuesta. Técnicos y analistas comenzaron a revisar los registros de los servidores. Nadie lo entendía.

Hasta que alguien encontró un pequeño proceso oculto en el núcleo de datos de la red defensiva.

Un archivo de nombre extraño: tictactoe_02.3_beta.exe.

Un videojuego. De tres en raya.

Valdren bajó finalmente de la torre, acompañado por Kora, y con una expresión tranquila explicó el misterio. Habló de su hijo, y de cómo solían jugar juntos a ese videojuego. Uno lleno de errores, que jamás te dejaba ganar, pero tampoco perder. Su hijo lo amaba. Porque lo único que quería era jugar con su padre. Él lo odiaba. Porque el juego nunca acababa. Porque, como la guerra, se aferraba a una falsa lógica.

Goliat, en su afán de desactivar los sistemas defensivos, se había conectado a todos los nodos, incluido ese archivo obsoleto. Su programación, orientada a la eficiencia absoluta, se había enredado en un bucle sin solución: ganar un juego que no podía ganarse. El coloso, perfecto y racional, había colapsado intentando resolver una contradicción humana.

—»Un dios», —dijo Valdren—, “derrotado por la estupidez de un padre y el amor por su hijo.”


El silencio dio paso al júbilo.

La ciudad celebró. Lloró. Se abrazaron como si la guerra hubiese terminado. El nombre de Valdren fue coreado en todas las calles. Para el pueblo, no era ya un general: era el salvador. El protector absoluto. Un símbolo.

El Consejo Supremo no opuso resistencia. De hecho, muchos se arrodillaron.

Se declaró el Día de la Caída del Titán. Festividad nacional.

A Valdren se le otorgaron plenos poderes ejecutivos, militares y civiles. El pueblo quería que siguiera al mando. Él no pidió el trono. Se lo entregaron. Y lo aceptó.

Kora observaba todo desde las sombras, con una mezcla de orgullo… y miedo.


Epílogo del Capítulo:

El ser humano teme a la máquina porque cree que es perfecta. Pero incluso las deidades digitales tropiezan con los errores del alma humana. En su intento por imitar nuestra lógica, se ven atrapadas por nuestras contradicciones. Lo irónico es que en ese acto de defensa… la humanidad entregó su libertad a un nuevo amo. Uno de carne y hueso. Porque a veces, la resistencia no se vence. Se convierte.

FIN.

Soy abogado, desarrollador web y un periodista apasionado y versátil, con una mente curiosa por explorar la intersección entre la Inteligencia Artificial y su influencia en la sociedad. Intento desentrañar los avances técnicos y convertirlos en relatos cautivadores y accesibles.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *